domingo, 16 de octubre de 2011

Quiénes Somos

La Corporación Amigos de Chépica es una institución privada sin fines de lucro que reúne a un grupo de chilenas y chilenos que -ligados de una u otra forma a esta tradicional comuna de la región de O´Higgins- tras el terremoto del 27 de febrero de 2010 y la destrucción que éste provocó deciden reunirse en torno a un desafío común y ambicioso: contribuir a rescatar el patrimonio de Chépica  colaborando con las labores que lideran las autoridades comunales. No se trataba, entonces, sólo de reconstruir alguna edificación de la localidad sino de sumarse a los sueños de los chepicanos de levantarse con más fuerza, con mayor decisión y con una mirada de futuro que permitiera no sólo mover bloques de adobe,  ladrillos u hormigón sino de levantar el espíritu y orgullo de pertenecer a una tierra chilena, que desde el alba al ocaso, recuerda y enaltece al Chile campesino de los siglos pasados.
Conscientes de esta riqueza y dolidos por un pueblo cuyas principales edificaciones no resistieron la fuerza destructora del movimiento telúrico, es que la iniciativa termina dando vida oficial a esta Corporación el 4 de octubre del 2010.
Como presidente de ésta asume don David Gallagher, quien desde distintas tribunas y tan pronto éste desastre de la naturaleza nos asoló, se había abocado a sensibilizar a la opinión pública nacional con la pérdida patrimonial y arquitectónica de Chépica, a él luego se suman varias otras iniciativas con el mismo propósito.
El motor que mueve e inspira a este grupo de chepicanos de corazón es contribuir a mantener viva la memoria, reforzar la identidad, rescatar los valores más arraigados en una tierra agrícola por excelencia y velar por el respeto y promoción de las tradiciones de un pueblo de alma chilena.
Ello se refleja en los rostros de los habitantes de Chépica, que a pie, en caballo o en bicicletas recorren sus  alamedas, sus campos, sus edificaciones de adobes, su plaza, sus capillas y su iglesia. A ellos y con ellos se espera trabajar para torcer el destino que tenía preparado el 8.8 –como se le ha llamado al pasado terremoto- para simbólicas construcciones como la iglesia San Antonio de Padua, cuyo campanario se rehusó a caer y hoy es testigo de la fuerza con que el sismo sacudió a nuestra tierra.

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